Si la jodienda fuera aferrarse con ganas a la mochila y al fusil, abrazarlos como a una novia gorda, sujetarlos entre las piernas, acomodar los sueños apretujados en el morral, mientras se espera con resuellos largos el aproche final y luego el golpe ese que supone seguridad terrenal, comienzo inevitable de jornadas.
Ajustarse la gorra atrincherando la mirada indefinible de los héroes. Recostarle la rabia y la ilusión al compañero. Arreglarse la boina, existir y persistir apeñuscados en el instante sin fin de la estrecha cabina memorable, con el “quisqueyanos valientes alcemos” en la encogida sonrisa rastrillada, sujetando los caballos desbocados de la mente, controlando latidos insurrectos, a medida que el vuelo avanza entre cielos tropicales y crepúsculos atascados en las recámaras del alma.