En completa desventaja, pero con un fervor patriótico inenarrable, los restauradores sellaron la suerte de la soberanía nacional en esta emblemática batalla de septiembre.
El día 6 de septiembre de 1863 se efectuó en Santiago de los Caballeros la famosa batalla (hace 152 años) que más que un acontecimiento militar marcó una epopeya de dimensiones ciclópea. El pueblo dominicano representado en término general por la masa más desposeída y dirigida por verdaderos leones, entre ellos los Generales Gaspar Polanco, José Antonio Salcedo (Pepillo), Gregorio Luperón, Benito Monción y Pedro María Pimentel enfrentaron al ejército español compuesto por un contingente bien armado de fusiles modernos, amplia artillería y soldados con experiencia previa en África y otras zonas de conflictos. Los patriotas dominicanos, por el contrario, estaban armados con algunos fusiles anticuados, machetes, espadas y lanzas, pero sobre todo con los corazones henchidos que no les cabían en el pecho.
Pedro María Archambault, en Historia de la Restauración, dice:”… Era por demás curioso contemplar aquellas columnas de los patriotas: unos con lanzas, algunos con fusiles antiguos, varios con trabucos de toda época; otros con pistolas de todas clases, los demás con machetes y no pocos con grandes garrotes; pero los revolucionarios habían adquirido el audaz vigor que da las contínuas victorias y con la bravura que inspiran las guerras de independencia, se lanzan a la lucha con desventajas de las armas, pero con la indómita intrepidez e inmensa alegría de dar la vida por la patria”.
La llamada “Batalla de Santiago”, realmente comenzó antes del 6 de septiembre de 1863, ya que el General Gaspar Polanco partió desde Quinigua el día 30 de agosto con unos 6,000 hombres hacia Santiago.
Benito Monción, aunque se encontraba herido en Guayubín por un enfrentamiento personal con Buceta, al saber de la marcha de Polanco sobre Santiago le prometió presentarse a la lucha, y así lo hizo más tarde. ¡Cuánta bravura!
El comandante General Buceta, sabedor del movimiento de Polanco, y demás jefes militares dominicanos, preparó las tropas españolas bajo su mando para esperar a los patriotas dominicanos en Gurabito con una compañía del batallón Victoria y otra del batallón San Quintín, más 77 caballos del escuadrón de África y un obús de la batería de montaña. Acompañaban a Buceta los generales dominicanos Alfau y Hungría, ambos al servicio de España.
El primer enfrentamiento ocurrió a las 11 de la mañana del 31 de agosto de 1863, en este enfrentamiento los dominicanos sorprendieron a los españoles y lograron despojarlos del único cañón que tenían en Gurabito, muriendo el sargento español que lo dirigía. Gaspar Polanco se apoderó de la entrada de Santiago y los españoles tuvieron que replegarse a la fortaleza San Luís, El Castillo y La Cárcel vieja.
El 1ero de septiembre (1863) llegó el Coronel José Antonio Salcedo (Pepillo) desde Dajabón, donde había hecho huir hacia Haití al coronel español Campillo, derrotado vergonzosamente.
Pepillo se preparó inmediatamente para atacar el Castillo. Pepillo Salcedo, que era un oficial elite igualmente que gran parte de sus acompañantes, atacaron el Castillo a la carrera apoyados por un artillero de origen norteamericano llamado Láncaster, que hizo desolación en las tropas españolas por su puntería. Al parecer, este artillero norteamericano había peleado en la guerra de secesión en Estados Unidos y tenía una gran experiencia en el manejo de los obuses. Sin la ayuda de Láncaster la toma del Castillo y la Fortaleza San Luís hubiese sido casi imposible, ya que eran fortificaciones de consideración y con fusiles viejos y machetes no era posible su conquista. Al parecer, Láncaster fue contratado por Pepillo Salcedo que sí sabía del arte de la guerra y se preparó para tales fines Láncaster siempre peleó al lado de Pepillo de ahí la aseveración nuestra de que fue contratado por él. Este dato es prácticamente ignorado y nunca se ha hecho mención. Se debe hacer un reconocimiento al gringo Láncaster por su valiosa ayuda durante estos acontecimientos.
Mientras tanto, Gregorio Luperón que estaba desde hacía varios meses aislado en un campo de La Vega, al enterarse de la marcha de Gaspar Polanco hacia Santiago se presentó para llenarse de gloria como un enviado divino para contribuir grandemente al triunfo dominicano.
Pedro María Pimentel llegó desde Haití donde se encontraba buscando grandes cantidades de pertrechos militares que fueron necesarios para aumentar la disponibilidad de parque de las tropas revolucionarias.
La situación española era desesperante, situados en la Fortaleza San Luís y con unas 200 familias españolizantes que se guarecían confiados en el triunfo español. Los españoles comenzaron a sentir el sitio por la escasez de agua y comida. Aunque el río Yaque estaba a un costado de la Fortaleza, era imposible arriesgarse a buscar agua bajo el fuego patriota. Conociendo lo apremiante de la situación, el General Serrano, envió desde Cuba al coronel Cappa, que conjuntamente con el General Juan Suero (dominicano) salieron desde Puerto Plata con una formidable columna para ayudar a los sitiados y aplastar la revolución. El día 5 de septiembre al enterarse los patriotas de la llegada desde Cuba de Cappa, conjuntamente con el General Suero a quien La Gándara dijo: “después de ver a Juan Suero, creo en la leyenda del Cid”, lo llamó el “Cid negro”. Existía gran preocupación en las tropas dominicanas y aún más cuando se notaba al comandante en jefe, Gaspar Polanco, callado y preocupado y cuando se le preguntaba qué le pasaba, decía: “estoy pensando en una cosa”. Obviamente Polanco estaba analizando lo que iba hacer el día siguiente 6 de septiembre de 1863; el incendio de Santiago, que desconcertó totalmente a los españoles y vieron que los dominicanos estábamos decididos como dijo Emilio Prud-Homme en las letras de nuestro glorioso Himno. ¡Quisqueya será destruida pero sierva de nuevo, jamás!.
El cerco de la fortaleza duró hasta el día 13 de septiembre de 1863. Es importante señalar que antes del incendio de Santiago ordenado por Gaspar Polanco el día 6 de septiembre, las posiciones dominicanas fueron bombardeados implacablemente y las tropas dominicanas fueron diezmadas por el fuego de artillería y se pensó que todo había terminado por el desorden que se armó en las filas dominicanas. Luperón buscó varios redoblantes y cornetas y llamó a formación de nuevo. Las tropas dominicanas se reagruparon y la moral volvió con más fuerzas hasta lograr el triunfo.
Las proezas efectuadas por Gaspar Polanco. José Antonio Salcedo (Pepillo), Benito Monción y Pedro María Pimentel, entre otros, son páginas de indescriptible valor y arrojo. Nunca de podrá pagar a estos bravos soldados de la patria, que llegaron a desconcertar el entendimiento de todos los jefes militares españoles enviados a sofocar la Restauración.
¡Gracias eterna a todos esos bravos dominicanos!