Antes de que existiera Google, la página de internet más visitada del mundo, las redes sociales y los burós de crédito, si alguien quería saber quién era usted debía valerse de conocidos comunes, vecinos, o hacer indagatorias sobre apellidos y parentescos. Resultaba difícil constatar en poco tiempo si la supuesta identidad de un recién conocido correspondía a éste o se trataba de un timador.
Aún en nuestro país, media islita donde en cualquier rincón aparece un primo lejano, hay quienes, por años, han mantenido vidas paralelas sin levantar sospechas.
Además, aquellos que presumen de lo que no son o no tienen, andaban orondos por ahí metiendo cuentos sin correr mucho riesgo de que se descubriera la falsedad de sus afirmaciones. Las mascaradas de algunos, estafadores o gente mentirosa común, se develaban, a la larga, porque bajo el cielo de este planeta nada permanece oculto.
Siempre aparece alguien que, por casualidad, identifica una foto o llega al lugar preciso de manera inoportuna. Pero, aún así, para los farsantes, los riesgos eran menores que ahora porque ahora existe, entre otras opciones, Google. Este buscador, sin la menor intención de promocionarlo, es una especie de lupa sobre el mundo que saca del rinconcito más remoto la información que le requieres.
